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martes, 15 de noviembre de 2011

Era mi jaula de espejos, mi nuevo hogar. Sabía que si uno de ellos se rompía estaría siete años maldita. Maldición sobre maldición no hace que ambas dos desaparezcan, se acumulan. Como los ya no latidos de mi corazón. Pero en el fondo sabía que si eso sucedía, me lo merecería. Me sentía encarcelada, realmente confusa, y lo único que lograba divisar dentro de mi cárcel de cristal, era mi reflejo. En todas partes, en cada rincón. Me atormentaba. Sabía que estaba allí por haber hecho algo realmente malo, los crímenes no solo acaban con las vidas y este era mi caso. Tenía un espejo a mi izquierda y otro a mi derecha, uno rozaba mi corazón y el otro estaba algo más lejos. El que rozaba mi corazón estaba afilado, pero, en cambio, me sentía aliviada por esa parte. El de mi derecha, por el contrario, me acojonaba. Si este se rompía yo sería la única culpable y mi pena sería mínima en comparación a los destrozos. Necesitaba escapar de allí, evadirme y volver al comienzo. Volver al lugar donde las voces no me ensordecían, volver y no regresar. Necesitaba una dosis de fantasía para volver a la realidad, un bofetón del que me rescatasen las caricias… 





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